EL JUGUETE DEL POBRE

Charles Baudelaire

El Spleen de París



Quisiera dar la idea de un juego inocente. ¡Hay tan pocas diversiones libres de culpa!

Si por la mañana sale con la decidida intención de pasear por las avenidas, llene los bolsillos con pequeñas baratijas -el polichinela movido por un hilo, los herreros que golpean el yunque, el jinete y su caballo con cola de pito-, y regálelos, a lo largo de los cafés y debajo de los árboles, a los niños desconocidos y pobres que vaya encontrando. Verá que sus ojos se abren desmesuradamente. Primero no se atreverán a recibirlos, dudarán de su suerte. Después sus manos agarrarán con fuerza el regalo y huirán como los gatos, que van a comer lejos el pedazo de pan que acaban de darles, porque aprendieron a desconfiar del hombre.

En una calle, detrás de la reja de un amplio jardín, donde surgía la blancura de un lindo castillo bañado por el sol, había un chico hermoso y fresco, vestido con un traje de campo lleno de coquetería.

El lujo, la despreocupación y el cotidiano espectáculo de la riqueza, pone tan lindos a estos niños que parecen hechos de distinta pasta que los hijos de la medianía o la pobreza.

Cerca, sobre el pasto, había un muñeco espléndido, nuevo como su dueño, barnizado, dorado, vestido de púrpura y cubierto de plumitas y brillos. Pero el chico en vez de distraerse con su juguete preferido, observaba lo siguiente.

Del otro lado de la reja, en la calle, entre cardos y hortigas, había otro chico, sucio, raquítico, negro, hijo de paria en quien una mirada imparcial encontraría belleza -como el conocedor intuye una pintura genial bajo un barniz de carrocería- limpiándole la repugnante pátina de miseria.

A través de los barrotes simbólicos que separan ambos mundos, la calle y el castillo, el chico pobre mostraba al rico su propio juguete, que éste observaba ávido, como un objeto raro y desconocido. ¡El juguete que el pequeño zaparrastroso provocaba, agitaba y sacudía, era una rata viva! Sin duda para economizar, los padres habían sacado el juguete de la vida misma.

Los dos chicos se reían juntos, fraternalmente, con dientes de idéntica blancura.





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