Errado o acabado - Una nota de Martín Cahais para Revista La Ira

Hace muy poco, mientras esperaba el colectivo, se me acercó una vieja “¿No me das una moneda?”, y yo, que detesto la limosna, le estiré veinte pesos. “Muchas gracias, que dios se lo multiplique”, dijo maquinalmente, aun sin haberse apropiado del billete. Dio unos pasos cuando reaccioné para decirle que pedimos plata por culpa de dios y que no hay que creer… ¡Ay!, debería haberle dicho algo más, “No existe tal ser multiplicador, de todos modos, cuarenta pesos no me sirven de nada, excepto para duplicar mi limosna. A mis palabras, la vieja sólo escupió una risita burlona y cruzó la avenida. Mi blasfemia acabó con su agónica risa. Hambrienta como estaba nuestra vieja, no vería conveniente discutir, además fui yo el que le dio un billete y no se arriesgaría a enfrentarme.

Pero la vagabunda, poco importa. No dirá nada, y aceptará cualquier crítica para saciar el hambre, igual que los pueblos. Lejos, hay otros seres que deambulan, la mayoría con la panza llena y el corazón gordo de cuidados que, ante un ataque a estos dioses, no hacen más que mofarse y tratarme como a un estúpido se trata. “¡Respeto!”, vociferan, en son protector del sensible corazón cristiano. “Yo soy ateo – exclaman los más policíacos- pero respeto la fe de los demás”; otros, más dolidos por mis odios ante la cruz, han llegado a decirme estúpido, repugnante, traumado… Y es acá en donde me pierdo, pues ¿tan errado estoy?
¿Cómo respetar un credo que se volvió masivo a costa de guerras, torturas y esclavitud?
¿Cómo puedo sonreírle a un cristiano, o ignorarlo, si ha elegido vivir de rodillas con la santa idea de que está mal ponerse de pie para caminar lejos de dios?
¿Cómo tolerar a quien sostiene con su fe, que la menstruación es indigna y que dos hombres enroscados en la cama son un mal?
Recuerdo la denuncia de Nietzsche a un papa que llamó pecado el simple y hermoso acto de excretar… ¿Cómo puedo quedarme callado ante aquellos que con sus carencias intelectuales son cómplices de los más despiadados juicios y castigos sociales?
No puedo, claro que no puedo guardar respetuoso silencio. No me engañarán con la piedad ni la mentira de la otra mejilla… Mas sí estoy dispuesto a recibir, si es que lo encuentro, a un dios personal, libre de textos, templos y cementerios, para entonces hacerle el amor con todo el cuerpo.







Por Martín Cahais.

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