Tu nación te asigna un dios.
Los jainas son una casta hindú que brotó de la uña del pie del dios Brahma, el supremo en la religión brahmanista. Se caracterizan por su devoción y esmerado esfuerzo en obtener un buen karma que los libere, en próximas reencarnaciones, de pertenecer a una casta tan insignificante dentro del estatuto social.
La miseria del jaina me recuerda a la decadencia cristiana, doctrina formal y obligatoria en la mayoría de los países occidentales, que pondera un alma caritativa y obediente. El cristiano es menos discriminador que el brahmanista en tanto que el hombre es miserable por el simple hecho de nacer humano y cargar con el pecado a cuestas. El dios occidental es mucho más universal en cuanto al dominio. Sin embargo, el capitalismo y la monarquía se encargaron de convertir en dios al poderoso y de representar un ideal en todo aquel que persiguiera estas cúspides.Hoy hablamos de “filosofía hindú” para referirnos al sistema religioso de aquellas tierras, en un intento de ocultar un culto que, en esencia, se parece mucho al nuestro.
En el libro del Mahabharata, uno de los tantos textos sagrados de la religión brahmanista, encontramos la siguiente versión sobre la creación del mundo:
En este mundo, cuando estaba desprovisto de luz y envuelto en las tinieblas, apareció como la primera causa de la creación un enorme huevo, la inextinguible semilla de todos los seres creados, formado al principio del Yuga y llamado Mahadivya. En él estaba la verdadera luz Brahma (…) Y todo lo que se ve en el universo, animado o inanimado, al final del mundo y a la expiración del Yuga de nuevo desaparecerá. Y al comienzo de otros Yugas todas las cosas serán renovadas. Y así como los diversos frutos de la tierra se suceden en el debido orden de sus estaciones, así continuará perpetuamente girando en el mundo, sin principio ni fin, esta rueda de la existencia que causa el origen y el fin de todas las cosas.
El huevo creador, una potencia externa que da inicio a la rueda, al existir y el no existir permanente, eso con lo que tanto compra y vende cualquier religión, la inconexa respuesta ante la incógnita de la existencia. Un creador, una fuerza, el big bang hecho canción y luego el mundo terrenal que conocemos, con sus castas y sus reglas, sus leyes y castigos tan parecidos en todas las religiones y tan parecidos a las leyes civiles de cada nación. El pecado es delito y se paga con un castigo. El valor del mal acto es determinado por una figura superior y el que más paga es el que más abajo está de la montaña. La ley, la moral y la bienaventuranza son cimas y la lucha del humano es trepar lo más alto que pueda. En esta vida, la siguiente, en la muerte eterna… el dominado, el creyente tiene que trepar y ascender. Pero ya estamos hartos de trepar y darnos cuenta de que nos convirtieron en polillas, conocemos la pestilencia del farol y hemos decidido enterrar la cabeza y gritarle al barro que no nos importa más el sol. Pero de pronto, sobre la superficie brota un ruido inagotable; la voz del creyente clama por dios.
Pide por un dios de patria, que bendiga sus tradiciones y ridiculice al vecino. Pide por un dios de guerra, que proteja a los soldados y no juzgue sus crímenes. Pide que Buda repose eternamente en su cuerpo de portasahumerios y que Ganesha le dé fortuna como si fuera un simple talismán. Y burlará, como dios manda, al diferente. Según la ubicación en el mapa, en dónde se haya criado, el hombre acuna a un dios propio. No entiende que fueron millones de espermatozoides y óvulos quienes le brindaron su fortuito paso por la vida, por esta vida humana. Al nacer con un dios comprende que el otro dios no existe, no le cabe pensar que con unas horas de vuelo estaría hablando de un huevo mágico y no de un cristo redentor. No ve que su karma, uno judío con lírica cristiana, tiene el mismo peso que el de aquellos que salieron de la uña del pie brahmánico.
El mismo sistema que discrimina entre legal e ilegal es el que afirma o desdeña a una forma de dios. El juez y el chamán son corruptos por naturaleza, casi podría afirmar que cumplen un destino, y se dedican a enfermar y condenar para mantener el orden de las cosas.
Todas son formas, expresiones. El hombre actuó siempre con lo que tuvo a mano, tanto para descubrir el fuego como para decidir cómo se explicaría y regularía la existencia. Las viviendas del antiguo egipto se diferencian mucho de las construcciones japonesas, pero coinciden en su función y la base estructural. Lo mismo ocurrió siempre con las religiones; todos son dioses que superan al humano en tal o cual cosa, le premian o castigan según sus actos y tienen una existencia mucho más prolongada e incluso infinita. Podríamos quedarnos en esto y conformarnos con una estatua o templo cualquiera, el que nos guste, como si compráramos una maceta, si no fuera porque la religión, en cada rincón del mundo, está intrínsecamente relacionada con las formas de poder, producción y dominación masivas.
Mientras la biblia dicta que es pecado menstruar y tocar a una mujer menstruante, el corán le obliga a usar un velo y el brahmanismo (a pesar de contar con diosas) trata a la mujer como mercancía. La hembra por excelencia es la virgen; cubierta por un manto y dispuesta a resignar su sexualidad para servir al amo. La madre de cristo lo comprende bien, lo mismo que las vírgenes sacrificadas para los dioses o entregadas en matrimonio a vejestorios del poder. La promesa intangible de la eternidad sólo puede hacerse desear por dos caminos; el miedo o la terrible ignorancia.
Pero vean cómo los dioses del mundo, en perfecto complot, limitan al hombre que pretende crear y descubrir. Por dios, la tierra seguiría siendo el centro del mundo. Por dios, los ejércitos mataban felizmente a sus enemigos, creyendo que se trataba de una guerra muy bien justificada. Por él también vivimos una vida llena de culpas y dudas que se responden con más desconcierto cada vez que buscamos una respuesta divina.
Cristo fue superado, lo mismo pasó con el río Ganges y la circuncisión. Mas el hombre no parece querer aceptar que está todo listo para vivir.
Cristianismo y shivaismo
de las escuelas del semidios
Cristo, hijo de Dios o el mismo Jehová hecho carne. En apariencia un hombre, maestro que enseña al hombre la palabra de dios y se determina como “el camino”.
Shiva, dios de la religión brahmanista.
-paramaiva shivamaya, satyam eva parashivah
"El Supremo Shiva es El Amor Inmanente y la Realidad Trascendente"
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